Yo iba en bicicleta al colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
[…]
Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
[…]
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.
Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso,
en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera eran un vapor inmóvil, delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía...
y recuerdo perfectamente cómo misteriosamente plegaba
mis alas en el umbral mismo del colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
[…]
Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
[…]
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.
Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso,
en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera eran un vapor inmóvil, delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía...
y recuerdo perfectamente cómo misteriosamente plegaba
mis alas en el umbral mismo del colegio.
Historia del corazón. La mirada
infantil. (1954)
Vicente Aleixandre
El gran poeta de la Generación
del 27 evoca su infancia en estos versos. El lenguaje poético se funde con la
realidad cotidiana de aquella infancia recordada, añorada y perdida. La bici
para ir a la escuela en la ciudad tranquila, en calma y sin peligro. La
felicidad de pedalear, la sensación de volar bajo, de llevar alas, que nos llevan
a nuestro destino: en este caso a un niño a su escuela.
La calle y todo lo que nos rodea
se convierte en un mundo especial que apreciamos a lomos de nuestra cabalgadura
de acero: los árboles, el viento, las cuestas… y al llegar, después de haber
volado bajo, plegamos las alas que nos han empujado en nuestra bicicleta y
sonreímos de pura felicidad.
Morgana