Santander Cycle Chic
viernes, 7 de mayo de 2010
NUNCA DEBERIA LLEVARSE LA POLICIA BICICLETAS AL DEPOSITO HABIENDO MOTOS EN LAS ACERAS.
¿ APARCAQUE ?
jueves, 6 de mayo de 2010
LA DROGA DE LA BICI

Transportarse a 15 cm del suelo es una sensación única que sólo los ciclistas sabemos
Una vez mientras un amigo se volvía a su casa en su bicicleta, ya pasada la media noche un borracho que estaba en la esquina le grito “Guena!! Va volando por el aire”.
Y quizás el ebrio de la esquina tenía razón porque un tipo que anda pedaleando por la ciudad de Santander, es visto por las demás personas que habitan las calles de esta ciudad, como un ser que va flotando, danzando entre las máquinas de acero llenas de humo y sonidos horribles.
El ciclista va en su mundo, disfrutando cada metro que le gana a la calle al pedalear, observando a los que lo miran, viendo todo el estrés que tiene ese hombre que nervioso fuma esperando una pequeña luz verde, a esa mujer que mira por la ventanilla del autobús parada y apretada oliendo esos gratos olores que se emiten al finalizar la jornada laboral.
Las sustancias que va liberando el ciclista al hacer uso de toda su maquinaria humana para darle movimiento a la bicicleta y que todos producimos al hacer ejercicios son las Endorfinas descubiertas en 1975, responsable de las sensaciones satisfactorias, también actúan como analgésicos ya que inhiben la sensación de dolor, el nivel máximo de liberación de esta sustancia corresponde al orgasmo, es el momento en que todas las células nerviosas del cerebro descargan su contenido eléctrico, provocando el relajamiento físico total. Debido a su parecido con la Morfina se nombró Endorfinas (Morfina Endógena) que también se le conoce como hormonas del bienestar o de la felicidad.
Resulta entretenido saber que la bicicleta pueda ser tan placentera como para llenarte de hermosos momentos sólo con el hecho de usarla como medio de transporte. Y no sólo eso además de esto ayuda a mantener el físico, ya se sabe que la obesidad y el sedentarismo es considerado en países desarrollados como una real epidemia, aquí en españa más del 50% de la población la sufre, imagínense transportarse en bicicleta ayuda a mantener a raya la obesidad y a la vez liberas Endorfinas sintiendo la sensación de bienestar inundada por todo tu cuerpo.
La bicicleta evoca en todas partes una misma imagen de libertad y entusiasmo despertando igual simpatía.
Muchos países ya han descubierto las grandes ventajas que el uso de la bici conlleva para la sociedad, y desde hace décadas vienen usando la bicicleta mucho más que en españa donde aún no hemos tomado conciencia de la importante contribución que este vehículo puede traer para mejorar las condiciones de vida en nuestras ciudades.
Tú ganas y todos ganamos: tu salud y la del resto, el medio ambiente, la calidad del aire, la convivencia y la tolerancia en la vía pública, el espacio saturado y atascado de tu ciudad… muchas cosas; es una apuesta por la calidad de vida integral.
La bicicleta es un medio de transporte saludable, pues el ejercicio constante y moderado que implica su uso mejora el estado de salud, y reduce substancialmente el riesgo de padecer una larga serie de enfermedades, en especial las relacionadas con la vida sedentaria.
Es fácil pedalear cuatro horas por semana: una ruta de media hora al trabajo o a los recados ya sobrepasa este objetivo, además no dependes del coche para moverte. En media hora cualquier persona recorre en bicicleta entre 3 y 8 km. Esta es una distancia en que la bicicleta es casi siempre más rápida que el coche. Y el ejercicio realizado mientras uno/a se desplaza al trabajo o al instituto deja intacto nuestro valioso tiempo de ocio.
miércoles, 5 de mayo de 2010
LA IDEOLOGIA SOCIAL DEL AUTOMOVIL
Escrito en septiembre de 1973, este ensayo de André Gorz sobre la desigualdad inherente al uso del automóvil y la forma en que degrada el espacio urbano es un clásico que, más allá de su ideología, no ha envejecido en sus postulados básicos y del que proponemos una nueva traducción.
El mayor defecto de los automóviles es que son como castillos o fincas a orillas del mar: bienes de lujo inventados para el placer exclusivo de una minoría muy rica, y que nunca estuvieron, en su concepción y naturaleza, destinados al pueblo. A diferencia de la aspiradora, la radio o la bicicleta, que conservan su valor de uso aun cuando todo el mundo posee una, el automóvil, como la finca a orillas del mar, no tiene ningún interés ni ofrece ningún beneficio salvo en la medida en que la masa no puede poseer uno. Así, tanto en su concepción como en su propósito original, el auto es un bien de lujo. Y el lujo, por definición, no se democratiza: si todo el mundo tiene acceso al lujo, nadie le saca provecho; por el contrario, todo el mundo estafa, usurpa y despoja a los otros y es estafado, usurpado y despojado por ellos.
Resulta bastante común admitir esto cuando se trata de fincas a la orilla del mar. Ningún demagogo ha osado todavía pretender que la democratización del derecho a las vacaciones supondría una finca con playa privada por cada familia francesa. Todos entienden que, si cada una de los trece o catorce millones de familias hiciera uso de diez metros de costa, se necesitarían 140,000 kilómetros de playa para que todo el mundo se diera por bien servido. Dar a cada quien su porción implicaría recortar las playas en tiras tan pequeñas –o acomodar las fincas tan cerca unas de otras– que su valor de uso se volvería nulo y desaparecería cualquier tipo de ventaja que pudieran tener sobre un complejo hotelero. En suma, la democratización del acceso a las playas no admite más que una solución: la solución colectivista. Y esta solución entra necesariamente en conflicto con el lujo de la playa privada, privilegio del que una pequeña minoría se apodera a expensas del resto.
Ahora bien, ¿por qué aquello que parece evidente en el caso de las playas no lo es en el caso de los transportes? Un automóvil, al igual que una finca con playa, ¿no ocupa acaso un espacio que escasea? ¿Acaso no priva a los otros que utilizan las calles (peatones, ciclistas, usuarios de tranvías o autobuses)? ¿No pierde acaso todo su valor de uso cuando todo el mundo utiliza el suyo? Y a pesar de esto hay muchos demagogos que afirman que cada familia tiene derecho a, por lo menos, un coche, y que recae en el “Estado” del que forma parte la responsabilidad de que todos puedan estacionarse cómodamente y circular a ciento cincuenta kilómetros por hora por las carreteras.
La monstruosidad de esta demagogia salta a la vista y, sin embargo, ni siquiera la izquierda la rechaza. ¿Por qué se trata al automóvil como vaca sagrada? ¿Por qué, a diferencia de otros bienes “privativos”, no se le reconoce como un lujo antisocial? La respuesta debe buscarse en los siguientes dos aspectos del automovilismo.
1. El automovilismo de masa materializa un triunfo absoluto de la ideología burguesa al nivel de la práctica cotidiana: funda y sustenta, en cada quien, la creencia ilusoria de que cada individuo puede prevalecer y beneficiarse a expensas de todos los demás. El egoísmo agresivo y cruel del conductor que, a cada minuto, asesina simbólicamente a “los demás”, a quienes ya no percibe más que como estorbos materiales y obstáculos que se interponen a su propia velocidad, ese egoísmo agresivo y competitivo es el advenimiento, gracias al automovilismo cotidiano, de una conducta universalmente burguesa. [...]
2. El automovilismo ofrece el ejemplo contradictorio de un objeto de lujo desvalorizado por su propia difusión. Pero esta desvalorización práctica aún no ha causado su desvalorización ideológica: el mito del atractivo y las ventajas del auto persiste mientras que los transportes colectivos, si se expandieran, pondrían en evidencia una estridente superioridad. La persistencia de este mito se explica con facilidad: la generalización del automóvil individual ha excluido a los transportes colectivos, modificado el urbanismo y el hábitat y transferido al automóvil funciones que su propia difusión ha vuelto necesarias. Hará falta una revolución ideológica (“cultural”) para romper el círculo. Obviamente no debe esperarse que sea la clase dominante (de derecha o de izquierda) la que lo haga.
Observemos estos dos puntos con detenimiento.
Cuando se inventó el automóvil, este debía procurar a unos cuantos burgueses muy ricos un privilegio absolutamente inédito: el de circular mucho más rápido que los demás. Nadie hubiera podido imaginar eso hasta ese momento. La velocidad de todas las diligencias era esencialmente la misma, tanto para los ricos como para los pobres. La carreta del rico no iba más rápido que la del campesino, y los trenes transportaban a todo el mundo a la misma velocidad (no adoptaron velocidades distintas sino hasta que empezaron a competir con el automóvil y el avión). No había, hasta el cambio de siglo, una velocidad de desplazamiento para la élite y otra para el pueblo. El auto cambiaría esto: por primera vez extendía la diferencia de clases a la velocidad y al medio de transporte.
Este medio de transporte pareció en un principio inaccesible para la masa –era muy diferente de los medios ordinarios. No había comparación entre el automóvil y todo el resto: la carreta, el ferrocarril, la bicicleta o el carro tirado por caballos. Seres excepcionales se paseaban a bordo de un vehículo remolcado que pesaba por lo menos una tonelada y cuyos órganos mecánicos extremadamente complicados eran muy misteriosos y se ocultaban de nuestro campo de visión. Pues un aspecto importante del mito del automóvil es que por primera vez la gente montaba vehículos privados cuyos sistemas operativos le eran totalmente desconocidos y cuyo mantenimiento y alimentación había que confiar a especialistas.
La paradoja del automóvil estribaba en que parecía conferir a sus dueños una independencia sin límites, al permitirles desplazarse de acuerdo con la hora y los itinerarios de su elección y a una velocidad igual o superior que la del ferrocarril. Pero, en realidad, esta aparente autonomía tenía como contraparte una dependencia extrema. A diferencia del jinete, el carretero o el ciclista, el automovilista dependería de comerciantes y especialistas de la carburación, la lubrificación, el encendido y el intercambio de piezas estándar para alimentar el coche o reparar la menor avería. Al revés de los dueños anteriores de medios de locomoción, el automovilista establecería un vínculo de usuario y consumidor –y no de poseedor o maestro– con el vehículo del que era dueño. Dicho de otro modo, este vehículo lo obligaría a consumir y utilizar una cantidad de servicios comerciales y productos industriales que sólo terceros podrían procurarle. La aparente autonomía del propietario de un automóvil escondía una dependencia enorme.
Los magnates del petróleo fueron los primeros en darse cuenta del partido que se le podría sacar a una gran difusión del automóvil. Si se convencía al pueblo de circular en un auto a motor, se le podría vender la energía necesaria para su propulsión. Por primera vez en la historia los hombres dependerían, para su locomoción, de una fuente de energía comercial. Habría tantos clientes de la industria petrolera como automovilistas –y como por cada automovilista habría una familia, el pueblo entero sería cliente de los petroleros. La situación soñada por todo capitalista estaba a punto de convertirse en realidad: todos dependerían, para satisfacer sus necesidades cotidianas, de una mercancía cuyo monopolio sustentaría una sola industria.
Lo único que hacía falta era lograr que la población manejara automóviles. Apenas sería necesaria una poca de persuasión. Bastaría con bajar el precio del auto mediante la producción en masa y el montaje en cadena. La gente se apresuraría a comprar uno. Tanto se apresuró la gente que no se dio cuenta de que se le estaba manipulando. ¿Qué le prometía la industria automóvil? Esto: “Usted también, a partir de ahora, tendrá el privilegio de circular, como los ricos y los burgueses, más rápido que todo el mundo. En la sociedad del automóvil el privilegio de la élite está a su disposición.”
La gente se lanzó a comprar coches hasta que, al ver que la clase obrera también tenía acceso a ellos, advirtió con frustración que se le había engañado. Se le había prometido, a esta gente, un privilegio propio de la burguesía; esta gente se había endeudado y ahora resultaba que todo el mundo tenía acceso a los coches a un mismo tiempo. ¿Pero qué es un privilegio si todo el mundo tiene acceso a él? Es una trampa para tontos. Peor aún: pone a todos contra todos. Es una parálisis general causada por una riña general. Pues, cuando todo el mundo pretende circular a la velocidad privilegiada de los burgueses, el resultado es que todo se detiene y la velocidad del tráfico en la ciudad cae, tanto en Boston como en París, en Roma como en Londres, por debajo de la velocidad de la carroza; y en horas pico la velocidad promedio en las carreteras está por debajo de la velocidad de un ciclista.
Nada sirve. Ya se ha intentado todo. Cualquier medida termina empeorando la situación. Tanto si se aumentan las vías rápidas como si se incrementan las vías circulares o transversales, el número de carriles y los peajes, el resultado es siempre el mismo: cuantas más vías se ponen en funcionamiento, más coches las obstruyen y más paralizante se vuelve la congestión de la circulación urbana. Mientras haya ciudades, el problema seguirá sin tener solución. Por más ancha y rápida que sea una carretera, la velocidad con que los vehículos deban dejarla atrás para entrar en la ciudad no podrá ser mayor que la velocidad promedio de las calles de la ciudad. Puesto que en París esta velocidad es de diez a veinte kilómetros por hora según qué hora sea, no se podrá salir de las carreteras a más de diez o veinte kilómetros por hora.
Esto ocurre en todas las ciudades. Es imposible circular a más de un promedio de veinte kilómetros por hora en el entramado de calles, avenidas y bulevares entrecruzados que caracterizan a las ciudades tradicionales. La introducción de vehículos más rápidos irrumpe inevitablemente con el tráfico de una ciudad y causa embotellamientos y, finalmente, una parálisis absoluta.
Si el automóvil tiene que prevalecer, no queda más que una solución: suprimir las ciudades, es decir, expandirlas a lo largo de cientos de kilómetros, de vías monumentales, expandirlas a las afueras. Esto es lo que se ha hecho en Estados Unidos. Iván Illich resume el resultado en estas cifras estremecedoras: “El estadounidense tipo dedica más de 1,500 horas por año (es decir, 30 horas por semana, o cuatro horas por día, domingo incluido) a su coche: esto comprende las horas que pasa frente al volante, en marcha o detenido, las horas necesarias de trabajo para pagarlo y para pagar la gasolina, los neumáticos, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos [...] Este estadounidense necesita entonces 1,500 horas para recorrer (en un año) 10,000 kilómetros. Seis kilómetros le toman una hora. En los países que no cuentan con una industria de transportes, las personas se desplazan exactamente a esa velocidad caminando, con la ventaja adicional de que pueden ir adonde sea y no sólo a lo largo de calles de asfalto.”
Es cierto, añade Illich, que en los países no industrializados los desplazamientos no absorben más que de dos a ocho por ciento del tiempo social (lo cual corresponde a entre dos y seis horas por semana). Conclusión: el hombre que se desplaza a pie cubre tantos kilómetros en una hora dedicada al transporte como el hombre motorizado, pero dedica de cinco a seis veces menos de tiempo que este último. Moraleja: cuanto más difunde una sociedad estos vehículos rápidos, más tiempo dedican y pierden las personas en desplazarse. Pura matemática.
¿La razón? Acabamos de verla. Las ciudades y los pueblos se han convertido en infinitos suburbios de carretera, ya que esta era la única manera de evitar la congestión vehicular de los centros habitacionales. Pero esta solución tiene un reverso evidente: las personas pueden circular cómodamente sólo porque están lejos de todo. Para hacer un espacio al automóvil se han multiplicado las distancias. Se vive lejos del lugar de trabajo, lejos de la escuela, lejos del supermercado –lo cual exige un segundo automóvil para que “el ama de casa” pueda hacer las compras y llevar a los niños a la escuela. ¿Salir a pasear? Ni hablar. ¿Tener amigos? Para eso se tienen vecinos. El auto, a fin de cuentas, hace perder más tiempo que el que logra economizar y crea más distancias que las que consigue sortear. Por supuesto, puede uno ir al trabajo a cien kilómetros por hora. Pero esto es gracias a que uno vive a cincuenta kilómetros del trabajo y acepta perder media hora recorriendo los últimos diez. En pocas palabras: “Las personas trabajan durante una buena parte del día para pagar los desplazamientos necesarios para ir al trabajo” (Iván Illich).
Quizás esté pensando: “Al menos de esa manera puede uno escapar del infierno de la ciudad una vez que se acaba la jornada de trabajo.” “La ciudad” es percibida como “el infierno”; no se piensa más que en evadirla o en irse a vivir a la provincia mientras que, por generaciones enteras, la gran ciudad, objeto de fascinación, era el único lugar donde valía la pena vivir. ¿A qué se debe este giro? A una sola causa: el automóvil ha vuelto inhabitable la gran ciudad. La ha vuelto fétida, ruidosa, asfixiante, polvorienta, atascada al grado de que la gente ya no tiene ganas de salir por la noche. Puesto que los coches han matado a la ciudad, son necesarios coches aun más rápidos para escaparse hacia suburbios lejanos. Impecable circularidad: dennos más automóviles para huir de los estragos causados por los automóviles.
De objeto de lujo y símbolo de privilegio, el automóvil ha pasado a ser una necesidad vital. Hay que tener uno para poder huir del infierno citadino del automóvil. La industria capitalista ha ganado la partida: lo superfluo se ha vuelto necesario. Ya no hace falta convencer a la gente de que necesita un coche. Es un hecho incuestionable. Pueden surgir otras dudas cuando se observa la evasión motorizada a lo largo de los ejes de huida. Entre las ocho y las 9:30 de la mañana, entre las 5:30 y las siete de la tarde, los fines de semana, durante cinco o seis horas, los medios de evasión se extienden en procesiones a vuelta de rueda, a la velocidad (en el mejor de los casos) de un ciclista y en medio de una nube de gasolina con plomo. ¿Qué permanece de los beneficios del coche? ¿Qué queda cuando, inevitablemente, la velocidad máxima de la ruta se reduce a la del coche más lento?
Está bien: tras haber matado a la ciudad, el automóvil está matando al automóvil. Después de haber prometido a todo el mundo que iría más rápido, la industria automóvil desemboca en un resultado previsible. Todo el mundo debe ir más lento que el más lento de todos, a una velocidad determinada por las simples leyes de la dinámica de fluidos. Peor aún: tras haberse inventado para permitir a su dueño ir adonde quiera, a la hora y a la velocidad que quiera, el automóvil se vuelve, de entre todos los vehículos, el más esclavizante, aleatorio, imprevisible e incómodo. Aun cuando se prevea un margen extravagante de tiempo para salir, nunca puede saberse cuándo se encontrará uno con un embotellamiento. Se está tan inexorablemente pegado a la ruta (a la carretera) como el tren a sus vías. No puede uno detenerse impulsivamente y, al igual que en el tren, debe uno viajar a una velocidad decidida por alguien más. En suma, el coche no posee ninguna de las ventajas del tren pero sí todas sus desventajas, más algunas propias: vibración, espacio reducido, peligro de choque, el esfuerzo necesario para manejarlo.
Y sin embargo, dirá usted, la gente no utiliza el tren. ¡Pues claro! ¿Cómo podría utilizarlo? ¿Ha intentado usted ir de Boston a Nueva York en tren? ¿O de Ivry a Tréport? ¿O de Garches a Fontainebleau? ¿O de Colombes a L’Isle-Adam? ¿Ha intentado usted viajar, en verano, el sábado o el domingo? Pues bien, ¡hágalo! ¡Buena suerte! Podrá entonces constatar que el capitalismo-automóvil lo ha previsto todo: en el instante en que el coche estaba por matar al coche, hizo desaparecer las soluciones de repuesto. Así, el coche se volvió obligatorio. El Estado capitalista primero dejó que se degradaran y luego que se suprimieran las conexiones ferroviarias entre las ciudades y sus alrededores. Sólo se mantuvieron las conexiones interurbanas de gran velocidad que compiten con los transportes aéreos por su clientela burguesa. El tren aéreo, que hubiera podido acercar las costas normandas o los lagos de Morvan a los parisinos que gustan de irse de día de campo, no servirá más que para ganar quince minutos entre París y Pontoise y depositar en sus estaciones a más viajeros saturados de velocidad que los que los transportes urbanos podrían trasladar. ¡Eso sí que es progreso!
La verdad es que nadie tiene alternativa. No se es libre de tener o no un automóvil porque el universo suburbano está diseñado en función del coche y, cada vez más, también el universo urbano. Por ello, la solución revolucionaria ideal que consiste en eliminar el automóvil en beneficio de la bicicleta, el tranvía, el autobús o el taxi sin chofer ni siquiera es viable en las ciudades suburbanas como Los Ángeles, Detroit, Houston, Trappes o incluso Bruselas, construidas por y para el automóvil. Estas ciudades escindidas se extienden a lo largo de calles vacías en las que se alinean pabellones idénticos entre sí y donde el paisaje (el desierto) urbano significa: “Estas calles están hechas para conducir tan rápido como se pueda del trabajo a la casa y viceversa. Se pasa por aquí pero no se vive aquí. Al final del día de trabajo todos deben quedarse en casa, y quien se encuentre en la calle después de que caiga la noche será considerado sospechoso.” En algunas ciudades estadounidenses el acto de pasearse a pie de noche es considerado un delito.
Entonces, ¿hemos perdido la partida? No, pero la alternativa al automóvil deberá ser global. Para que la gente pueda renunciar a sus automóviles, no basta con ofrecerle medios de transporte colectivo más cómodos. Es necesario que la gente pueda prescindir del transporte al sentirse como en casa en sus barrios, dentro de su comunidad, dentro de su ciudad a escala humana y al disfrutar ir a pie de su trabajo a su domicilio –a pie o en bicicleta. Ningún medio de transporte rápido y de evasión compensará jamás el malestar de vivir en una ciudad inhabitable, de no estar en casa en ningún lugar, de pasar por allí sólo para trabajar o, por el contrario, para aislarse y dormir.
“La gente –escribe Illich– romperá las cadenas del transporte todopoderoso cuando vuelva a amar como un territorio suyo a su propia cuadra, y cuando dude acerca de alejarse muy a menudo.” Pero precisamente para poder amar el “territorio” será necesario que este sea habitable y no circulable, que el barrio o la comunidad vuelvan a ser el microcosmos, diseñado a partir y en función de todas las actividades humanas, en que la gente trabaja, vive, se relaja, aprende, comunica, y que maneja en conjunto como el lugar de su vida en común. Cuando alguien le preguntó cómo la gente pasaría su tiempo después de la revolución, cuando el derroche capitalista fuera abolido, Marcuse respondió: “Destruiremos las grandes ciudades y construiremos una nuevas. Eso nos mantendrá ocupados por un tiempo.”
Estas nuevas ciudades serán federaciones o comunidades (o vecindades) rodeadas de cinturones verdes cuyos ciudadanos –y especialmente los escolares– pasarán varias horas por semana cultivando productos frescos necesarios para sobrevivir. Para sus desplazamientos cotidianos dispondrán de una completa gama de medios de transporte adaptados a una ciudad mediana: bicicletas municipales, tranvías o trolebuses, taxis eléctricos sin chofer. Para viajes más largos al campo, así como para transportar a sus huéspedes, un conjunto de coches estará disponible en los estacionamientos del barrio. El automóvil habrá dejado de ser una necesidad. Todo cambiará. El mundo, la vida, la gente. Y esto no habrá ocurrido por arte de magia.
Mientras tanto, ¿qué se puede hacer para llegar a eso? Antes que nada, no plantear jamás el problema del transporte de manera aislada, siempre vincularlo al problema de la ciudad, de la división social del trabajo y de la compartimentación que esta ha introducido entre las diferentes dimensiones de la existencia. Un lugar para trabajar, otro para vivir, otro para abastecerse, otro para aprender, un último lugar para divertirse. El agenciamiento del espacio continúa la desintegración del hombre empezada por la división del trabajo en la fábrica. Corta al individuo en rodajas, corta su tiempo, su vida, en rebanadas separadas para que en cada una sea un consumidor pasivo a merced de los comerciantes, para que de este modo nunca se le ocurra que el trabajo, la cultura, la comunicación, el placer, la satisfacción de las necesidades y la vida personal puedan y deban ser una sola y misma cosa: una vida unificada, sostenida por el tejido social de la comunidad.
martes, 4 de mayo de 2010
AIR-BANG
ESTOS CHICOS MALOS ENTERRARON UN AIR-BAG EN EL SUELO PARA VER QUE OCURRIA CUANDO PASASE SU "AMIGO"
lunes, 3 de mayo de 2010
masa critica abril 2010
el pasado jueves nos reunimos como todos los meses la MASA CRITICA fue como siempre un paseo divertido por las calles de santander lo atestigua este bonito video realizado por nuestra amiga ANA MARIA SUTIL LOPEZ.
sábado, 1 de mayo de 2010
CICLISTA URBANO
aqui amigos os presento a chuchi uno de tantos ciclistas urbanos que "vuela bajo" por nuestra ciudad. utiliza la bici siempre que es posible para trasladar su cuerpo espirituoso. para proteger su protesis de libertad de cacos y policia se ha agenciado una cadena como exigen las circunstancias actuales para defender su cabalgadura.animo y no os rindais.
ENTREVISTA A M.JOSE GONZALEZ REVUELTA concejala de movilidad
EL USO DE LA BICICLETA EN SANTANDER ES UNA CUESTION CULTURAL Y DE TIEMPO
Cuenta que al menos una vez por semana acostumbra a darse un paseo en bicicleta, normalmente por la zona de el Parque de Las Llamas. “De pequeñita vivía en un pueblo. Usaba muchísimo la bici. Estaba siempre conmigo”, recuerda. María José González Revuelta ha concedido una entrevista a ‘Gente’ esta semana, una conversación amena y divertida acompañada de un paseo por el carril bici más céntrico y quizás el más transitado, el del Paseo Marítimo.
¿La crisis está afectando a su departamento y a los proyectos diseñados para mejorar la movilidad en la ciudad?
La crisis, como es lógico, afecta a todo. La concejalía de Movilidad Sostenible tiene un peso muy importante para el equipo de Gobierno y en las políticas que quiere llevar a cabo el alcalde, por lo que es de las áreas en las que menos se está notando. De hecho, el presupuesto para este año ha aumentado ya que el transporte público y la búsqueda de transportes alternativos al vehículo privado son retos importantes para este Ayuntamiento.
¿Cómo valora el presupuesto de esta concejalía para 2010?
Es un presupuesto bueno. Son 22 millones de euros. El año pasado fueron 21 millones. Gran parte de este presupuesto se va al Transporte Urbano de Santander, TUS, para pagar al personal, el renting de los autobuses, etc. Además, hay otros proyectos importantes contemplados en las cuentas de este año: el aumento de carriles bici, las nuevas líneas de autobuses urbanos (en los próximos meses se crearán dos nuevas líneas).
Hace unos días se aprobó el Plan de Movilidad Sostenible 2010-2013.
Sí, pretende la mejora de la movilidad en la ciudad. Después de hacer un análisis de la situación actual, hemos establecido varias líneas básicas de actuación: fomento del transporte colectivo (metro ligero, TUS, carriles bus-taxi); fomento de los transportes alternativos (Plan de Fomento de la Bicicleta, nuevos aparcamientos para bicis); Accesibilidad municipal y el Plan de Transporte Vertical (ascensores, rampas y escaleras mecánicas); Aparcamientos (disuasorios y para residentes); y otras medidas que incluyen los paneles y radares informativos, los aparcamientos para motos, el establecimiento de puntos de recarga para coches eléctricos, el programa ‘Compartir coche', etc.
Este plan contempla que en todos los futuros desarrollos urbanísticos de la ciudad, los promotores estarán obligados a incorporar la línea de carril bici que les corresponda.
Eso es. Este Plan de Movilidad está conectado al Plan General de Ordenación Urbana que establece que todos los futuros desarrollos urbanísticos cumplan este punto. Lo mismo que deben hacer las aceras, saneamientos, etc... ahora, se les exigirá que hagan los carriles bici. El Ayuntamiento conectará luego los distintos carriles bici de las nuevas urbanizaciones. En cuanto se apruebe el PGOU este año se incorporará esta medida. Los promotores no se han manifestado aún, pero lo que está claro es que de este modo se abarata la construcción y se ahorra tiempo. A medida que vaya creciendo la ciudad irá creciendo la red de carriles bici para evitar que haya problemas una vez esté la ciudad consolidad, como ocurre ahora en el centro.
¿Cuántos carriles bici hay actualmente en Santander?
Por tramos hay: Grúa de Piedra a Playa de la Magdalena; Playa de La Magdalena-Piquío; Piquío-Avenida de Los Castros-Polio; Parque de Las Llamas; La Maruca-Ciriego. Ahora se ha adjudicado el tramo Pronillo-La Albericia (IMD), así como la mejora y señalización del tramo que va por el Paseo Marítimo, obras que estarán finalizadas este mismo año.
¿Cuáles son los más usados? ¿Y los menos?
Sin duda, el carril más usado es el que parte de la Grúa de Piedra y el que va desde Piquío a la Universidad. Quizás el que menos se usa es el de La Maruca-Ciriego.
¿Cuándo estará la ciudad totalmente equipada con carriles bici de forma que se pueda recorrer cómodamente?
Es imposible y no tendría sentido dotar a todas las calles de Santander de carril-bici. Se trata de crear unas líneas de conexión y unas líneas centrales que permitan acceder a cualquier zona de la ciudad. Falta el carril que irá desde la Grúa de Piedra hasta Cuatro Caminos, y el que conectará Cuatro Caminos con Los Castros. Cuando se lleven a cabo, la ciudad contará con una red circular de carril bici. Se trata sobre todo de potenciar la intermodalidad, la combinación de medios de transporte. Ya estamos estudiando el modo para que se puedan subir las bicis a los autobuses.
¿Ha notado la proliferación del uso de la bici en la ciudad?
Sí, se nota mucho. Hace dos o tres años el que iba en bici era un bicho raro, ahora cada día se ven más bicis. Ahora hay que trabajar para que exista una buena convivencia entre ciclistas y peatones. Es una cuestión de tiempo y de cultura que poco a poco mejorará.
¿Santander es una ciudad difícil para recorrerla en bici?
La orografía de la ciudad no es la mejor. Es cierto que la ciudad tiene muchas pendientes lo que hace que no todo el mundo pueda recorrerla en bicicleta. Para ello, apostamos por la intermodalidad.
¿Cómo está funcionando el servicio de préstamo de bicicletas?
La verdad es que desde que se puso en marcha, en octubre de 2008, poco a poco la gente se ha ido animando. Cada vez más vecinos tienen el carné de abonado y quienes nos visitan también suelen hacer uso de este servicio. Desde la primavera de 2009 hasta noviembre, se realizaron entre 10.000 y 12.000 alquileres al mes. A partir de este mes, con el buen tiempo, volverá el auge del servicio. Hay un total de 200 bicis en alquiler y 14 estaciones. Las próximas estaciones de alquiler se pondrán junto al Ayuntamiento y en el Parque Científico y Tecnológico. A medida que se hagan nuevos carriles, se instalarán nuevas estaciones. Además hemos apostado por los aparcamientos para bicis particulares en los centros de trabajo, playas, universidad, en las principales plazas, etc.
¿Podrá Santander convertirse en una ciudad como puede ser San Sebastián donde el uso de la bicicleta está tan arraigado?
Creo que estamos en el camino de conseguirlo. San Sebastián nos lleva unos años de ventaja, pero son ciudades similares, modernas, que miran al mar, etc. De cara a 2016, apostaremos muy fuerte por el uso de la bicicleta.
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