Siempre he sido una ferviente defensora de la libertad, pero advirtiendo que, ojo, no es apta para todos los públicos. Porque la libertad, es cara. Muy cara. Porque implica decidir y asumir el resultado. Ser dueño de los logros y víctima de los fracasos. De los nuestros. Ser los únicos culpables.
La libertad permite, a los que la asumen, conseguir a veces sus sueños. Pero el camino no está exento de esfuerzos. Y la lucha desgasta, y a veces es difícil de sobrellevar.
Yo llevaba una época larga luchando, cansada, harta de realizar esfuerzos para todo. Pensando, si invertir tantas energías merecía realmente la pena. Si no sería más fácil dejarse llevar por el camino ancho y llano q nos han marcado, por el que van el grueso de las oveja, sin grandes recompensas, pero también sin grandes esfuerzos.
Pero no. Hoy me he reafirmado en mi postura. He visto la luz.
Después de varios años luchando, consiguiendo gran parte de los objetivos soñados (con mucho trabajo), me he dado cuenta de que estoy donde quería. Y no por la consecución de esos logros, sino porque me he dado cuenta de que con esa actitud, me he rodeado de gente consecuente y amablemente libre, que se enfrenta a la vida como yo. Que decide. Que lucha, que se esfuerza por si mismos y por los demás. Que eso es vivir la vida con intensidad. Gente que por eso es grande.
Hoy, pensando en las pequeñas cosas que he vivido con ellos en los últimos años, meses, días, me he dado cuenta de que llevan mucho tiempo ahí, y que me aprecian lo mismo que yo a ellos.
Ha sido un día emocionante y tranquilizador. Me ha revelado que tanto esfuerzo ha valido principalmente para engordar la lista de gente que merece la pena. Gente que se ha ido sumando, y que siguen ahí.
eva martin
